El sólido repunte se logró tras un inmenso esfuerzo de un Estado intervencionista que recurre a las mismas herramientas en las que confía desde la crisis financiera de 2008
Eso ubica la caída del primer semestre en sólo 1,6%, un desempeño envidiable si se compara con la mayoría de las grandes economías que todavía están lidiando con la pandemia que comenzó en la ciudad china de Wuhan.
Los “fundamentals” del crecimiento de China “no han cambiado y no van a cambiar”, dijo el presidente Xi Jinping después de la publicación de las cifras, según citaron los medios estatales. Pero allí está el problema. Ese sólido repunte se logró tras un inmenso esfuerzo de un Estado intervencionista que recurrió a las mismas herramientas en las que confía desde la crisis financiera de 2008.
Incluso antes de los primeros casos del virus en Wuhan, la economía tenía problemas con el masivo exceso de inversión, en particular en proyectos inmobiliarios superfluos, la creciente deuda incobrable, la mayor preponderancia de empresas estatales ineficientes y el subconsumo crónico.
La respuesta del gobierno al menor crecimiento en el primer trimestre empeoró todos esos problemas. Los reguladores financieros observan una avalancha de nuevos préstamos incobrables y el avance de la banca en la sombra no regulada, pese a que Beijing abrió las compuertas del crédito para que la economía se mueva de nuevo.
La acumulación de deuda en la economía tras la crisis de 2008 fue la mayor y más rápida de la historia y el ritmo se ha acelerado a máximos históricos desde el comienzo de la pandemia. A pesar de los años de retórica oficial sobre la necesidad de crear una economía de consumo y de depender menos de la inversión como principal motor del crecimiento, el consumo de los hogares en China medido como porcentaje del PBI sigue siendo extraordinariamente bajo, menos de 40% y a la par de países como el Gabón y Argelia.
En el Reino Unido, EE.UU. y otras economías desarrolladas, el consumo de los hogares se ubica entre el 65 y el 70%.El efecto del virus en los sectores de venta minorista y servicios ha repercutido en el consumo; las ventas en los comercios disminuyeron 11,4% en el primer semestre.
Eso llevó a Beijing a estimular el crecimiento mediante la inversión impulsada por deuda, como lo hizo después de la crisis financiera mundial. Una vez más, estuvo encabezado por la inversión en infraestructura y en bienes raíces, y dominado por el esclerótico sector estatal.
Los expertos chinos estimaron el año pasado que había al menos 65 millones de departamentos vacíos en el país después de auge de la construcción que duró una década. Pese a eso, la inversión inmobiliaria subió 1,9% en la primera mitad de 2020, cuando la inversión total bajó 3,1%.
Los datos de ayer revelan que la inversión de las empresas estatales en el primer semestre del año aumentó 2,1%, mientras que en el caso de las compañías privadas cayó 7,3%.Ese importante dato no estaba mencionado en el comunicado de prensa en inglés que se entregó a la mayoría de los inversores internacionales. Pero es coherente con el plan trienal que hace poco aprobó Xi para ampliar la participación de las empresas estatales en la economía, a expensas de las compañías privadas y que reciben inversión extranjera.
En las cerca de 130.000 empresas estatales que operan en China abundan la ineficiencia, la corrupción y el despilfarro. Pero en momentos de crisis son una fuente indispensable de empleo y estabilidad para el partido comunista gobernante. Mientras el virus sigue haciendo estragos en gran parte del mundo y empeoran las relaciones con EE.UU. y otros importantes socios comerciales, los líderes chinos claramente decidieron revivir la vieja estrategia de fomentar la inversión impulsada por el endeudamiento y dominada por el Estado.
Hace una década, algunos economistas describían la economía china como una bicicleta que debía mantener una cierta velocidad porque, de lo contrario, volcaría y chocaría. Hoy es más bien una bicicleta cargada de enormes cajas de deuda, conducida por un borracho y con competidores estratégicos como EE.UU. que tratan de hacerla caer.