Estaba creído que el Papa Francisco iba a vivir un tiempo más. Es que el jueves Santo, Francisco fue al encuentro de los más humildes y marginados y se reunió con los internos de la cárcel Regina Coeli en Italia
Vi en televisión que estaba con un semblante típico de alguien que se recupera de una dura enfermedad sumado a sus 88 años, pero con lucidez y el humor que lo solía acompañar en su vida, cuando una periodista lo entrevisto al llegar en el auto a la prisión y le preguntó cómo estaba él le contesto: “aquí sentado”. Luego se reunió con aproximadamente 70 internos, a quienes expresó: “Me gusta hacer cada año lo que Jesús hizo el Jueves Santo, el lavatorio de los pies, en la cárcel. Este año no puedo hacerlo, pero sí puedo y quiero estar cerca de ustedes. Rezo por ustedes y por sus familias” . Y le extendió la mano a cada uno de ellos.
El sábado en la Vigilia Pascual, Francisco se había acercado personalmente a la Basílica hacia las 17:30 para un momento de oración en privado, y aprovechó la ocasión para saludar a algunos peregrinos.
Y llegó el domingo. Los médicos le habían pedido que descansara, que su estado de salud aún era frágil, pero el papa Francisco mantuvo su apretada agenda hasta el último día.
Y esa última jornada no fue un domingo cualquiera.
El domingo de Pascua o de Resurrección es el evento más importante del calendario para los católicos, y Francisco quiso dirigirse a los fieles para felicitar la Pascua, darles la bendición “urbi et orbi” y mandar un último mensaje, religioso pero sin duda muy político, en defensa de la paz, los perseguidos y la libertad de expresión.
Incluso tuvo tiempo de reunirse con el vicepresidente de EE.UU., JD Vance.
Para un jefe de Estado y de una comunidad como la católica, con millones de fieles en todo el mundo, una jornada así de apretada es la normal.
Pero hacía tan solo un mes que Jorge Bergoglio, de 88 años, había sido dado de alta del hospital Gemelli de Roma, en el que pasó cinco semanas ingresado por una neumonía bilateral, y donde estuvo al menos en dos ocasiones al borde de la muerte.
Su aparición por sorpresa el Domingo de Ramos dio esperanzas a las decenas de miles de personas que se agolpaban este Domingo de Resurrección en la plaza de San Pedro del Vaticano y de millones de televidentes, de poder pensar que viviría un tiempo más.
“Queridos hermanos y hermanas, feliz Pascua”, saludó el Papa desde el balcón de la Basílica de San Pedro a los fieles, y sus palabras arrancaron un estruendo de vítores y aplausos. Se despidió del mismo balcón en que hace 12 años se lo consagraba como el nuevo Papa. Pero lo más fuerte vino cuan en las pantallas instaladas en la plaza apareció un mensaje en italiano en el que se anunciaba que el pontífice saldría la plaza a saludar a los feligreses. Francisco paseó en el “papamóvil”, el vehículo adaptado que los pontífices utilizan para las apariciones públicas y que le permite circular entre la multitud de forma segura para poder encontrarse con los feligreses. Y recibió el cariño y afecto de cerca de 50 mil personas que lo aclamaban y aplaudían, quizás presintiendo que era la última vez.
Y así fue, este lunes 21 de abril, se anunciaba al mundo que a las 02.45, de nuestro país, había fallecido el Papa Francisco.
De pronto nos dimos cuenta que quedábamos huérfanos de Francisco, el Papa que llegó del “Fin del Mundo”, un vendaval social y reformador en la Iglesia. Nos deja el Pontífice que en sus 12 años de pontificado ha sacudido los cimientos de la Iglesia.
El de los selfies, los chistes y los viajes por el mundo como una banda de rock sin guitarras. El que se atrevió a hacer un documental para Disney respondiendo preguntas de jóvenes no binarios con ganas de escandalizarle y salió victorioso. Un sumo pontífice bastante más moderno de lo que la Iglesia nos tenía acostumbrados.
Jorge Mario Bergoglio, el Papa Argentino, Sudamericano, Jesuita, se convirtió en poco tiempo en la figura más accesible del vaticano en siglos. A una institución complicada, con sus jerarquías históricas, y sus secretos, la sacó afuera para que participara en todo lo referente a la humanidad, desde el cambio climático hasta la economía, con su frase clásica “el capitalismo mata”. Abordó temas tradicionalmente delicados para la Iglesia católica, desde la homosexualidad hasta el aborto.
Casi revolucionaria fue su encíclica Laudato si en 2015, convertida en un llamamiento a cuidar la “casa común”, la Tierra, abordando la crisis ecológica y social desde una perspectiva integral, combinando espiritualidad, ciencia y ética para promover un cambio cultural y político hacia un desarrollo sostenible.
También se atrevió a decir que los migrantes son los nuevos mártires, en pleno apogeo de la crisis migratoria en Europa. Todo un dardo a la ultraderecha que tanto va a misa.
Logró que la vieja Iglesia saliera de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales” y debía dejar de ser una Iglesia “autorreferencial” preocupada solo por ella misma.
El Papa argentino fue consecuente con esta misión tomando una decisión radical: evitar los países tradicionalmente católicos europeos y optar por visitar países del sur global, especialmente por aquellos donde el cristianismo es una minoría. Junto con esto, optó por elegir cardenales de entre iglesias minúsculas, como la de Rabat y la de Argel. Estas opciones junto con un famoso discurso -muy crítico- sobre las quince enfermedades de la Curia romana, fueron creando malestar en el establishment tradicional de la Iglesia, acusándole de cuidar más a los “de fuera” que a los “de dentro”.
Si a esto le añadimos su defensa de los refugiados y del diálogo interreligioso con el islam podemos entender por qué Francisco se convirtió en una referente moral mundial y a la vez en un Papa cada vez más cuestionado desde el ala más conservadora de la Iglesia.
Su ejemplaridad, su humildad, su pobreza manifiesta y su enorme entrega a los más desposeídos, quedó manifestada hasta sus últimos días. El papa donó los últimos 200.000 euros de su cuenta personal para ayudar a una cárcel de menore que fue destinada a una fábrica de pasta del centro penitenciario Casal del Marmo, en Roma.
Su Papado ha sido, en el mejor sentido de la palabra, el de un hombre político, el de una persona con plena conciencia del papel de la institución católica en el concierto de las naciones y el de un dirigente con una visión muy clara de hacia dónde tenía que caminar la Iglesia Católica para seguir siendo tan relevante y útil como en estos últimos dos mil años.
El papa Francisco ha fallecido, pero su legado quedará inscrito en la historia. Sus homilías, declaraciones y entrevistas ya forman parte del testimonio de un Pontífice que combatió con firmeza contra la pobreza.
Jorge Bergoglio, Francisco Bergoglio, fue objeto durante su papado de innumerables ataques por parte de líderes de ultraderecha en Europa y Estados Unidos, por sus posiciones en torno a las personas migrantes, el colectivo LGTBIQ+ o los desmanes de la Iglesia en el marco de la “conquista” española en América.
Pero también en nuestro país, fue criticado y negado por vastos sectores, que lo entremezclaron en la dura grieta política y social, que padecemos.
En esta época de polarización extrema en todos los ámbitos, Francisco se negaba a ser catalogado de progresista o conservador, pero no hay duda de que sí fue aperturista e integrador, acercando la Iglesia a muchos creyentes que hasta entonces se habían sentido excluidos.
Tras su partida a la eternidad nos damos cuenta de su liderazgo mundial y de que, sin ninguna duda, es el Argentino más importante de nuestra historia. Hoy todos los caminos conducen a Roma, y no se puede proyectar una cifra, pero la prensa internacional., aventura que entre este miércoles de capilla ardiente y el funeral del sábado podrían llegar a Roma más del millón y medio de fieles que van a despedir al Papa Argentino. Menos sorprendente, aunque no menos impresionante, es la lista de líderes que confirmaron su presencia para despedir a Francisco.
A nuestro gran dolor y pena por su desaparición física, lo acompaña un enorme orgullo como compatriota.